jueves, 17 de octubre de 2013

A propósito de la Opera Omnia Raimon Panikkar: respuesta a Maciej Bielawski




En CIRPIT Review núm. 4 (2013), p. 267-270, Maciej Bielawski recensiona la edición italiana de la Opera Omnia de Raimon Panikkar, con algunas referencias también al resto de ediciones en otras lenguas. Bielawski es autor de una atrevida biografía de Panikkar con voluntad abiertamente desmitificadora, y en la mencionada reseña no ahorra críticas a la forma en la que se está publicando la Opera Omnia. ¡Bienvenido sea, el espíritu crítico de Maciej Bielawski, al «mundo Panikkar», un mundo sin duda necesitado de una mirada crítica e independiente!

Sin embargo, como editor de Fragmenta y responsable último, en consecuencia, de la edición catalana de la Opera Omnia Raimon Panikkar, me siento en el deber de introducir algunos matices no menores a la incisiva argumentación de Bielawski.

Bielawski denuncia que la Opera Omnia no contiene la obra completa de Panikkar, que la presentación de sus textos está hecha en clave italiana (según él, las ediciones no italianas de la Opera Omnia de Panikkar son una mera reproducción de la edición italiana), que no se respeta el orden cronológico de los textos, que la ordenación temática constituye en sí misma una interpretación… Son reproches ante los cuales temo que la sonrisa del lector adquiera cierta legitimidad. ¿Desde cuándo unas obras completas diseñadas por el propio autor son obras completas en el sentido estricto indicado por el adjetivo? Es evidente que, cuando un autor recoge su obra en forma de obras completas, lo hace siguiendo un criterio siempre selectivo. Las obras completas de un autor raramente son completas. Y me atrevería a añadir: afortunadamente, las obras completas no acostumbran a ser completas. ¿Acaso todo lo que ha escrito un autor es merecedor de ser recogido? En la obra de todo autor, y sobre todo en la obra de todo autor prolífico (como es el caso de Panikkar, autor de una obra extensísima), acostumbran a haber pecados de juventud, textos repetitivos, textos escritos por compromiso, textos simplemente desafortunados… No todo es oro puro en la obra de un autor prolífico, y el escritor hará bien en aplicar cierto criterio antológico al reunir su obra completa para evitar que esa obra tenga un valor exclusivamente documental. Es obvio que todas las obras completas diseñadas por el propio autor son obras en última instancia selectas. Es algo que no debería sorprender a nadie.

Bielawski tiene razón al constatar que toda ordenación de textos constituye en sí misma una interpretación. Es por eso por lo que, en el caso de la ordenación de una obra ajena, lo aconsejable es optar por una disposición de los textos lo más neutra posible. Soy miembro del comité científico que está preparando las obras completas (en edición crítica) de Joan Maragall (Barcelona, 1860-1911), de próxima publicación en Edicions 62. Desde el primer día, mis colegas y yo fuimos conscientes de la necesidad de rechazar cualquier ordenación temática y apostar, en cambio, por una clasificación por géneros (poesía, artículos, discursos…), dentro de cada uno de los cuales disponemos los textos cronológicamente. Sin embargo, hay una diferencia importante entre la publicación de las obras completas de Maragall y las de Panikkar. Las de Maragall son las obras completas elaboradas, cien años después de la muerte del autor, por un comité de profesores universitarios. Las de Panikkar, en cambio, son las obras completas diseñadas por el propio autor junto a su colaboradora Milena Carrara. Naturalmente, todas las decisiones adoptadas son discutibles, pero el aval autoral les confiere como mínimo legitimidad.

Inês Castel-Branco, Ignasi Moreta y Raimon Panikkar, comentando unas pruebas de imprenta
Personalmente, pienso que la ordenación temática de la obra de Panikkar constituye un enorme acierto, y eso es algo que ha sido posible precisamente por el hecho de ser unas obras completas diseñadas por el autor. ¿Se habría podido optar por una ordenación cronológica? Puedo imaginar la progresión de volúmenes en unas hipotéticas obras completas cronológicas de Panikkar: escritos de juventud; etapa en el Opus Dei; Panikkar en la India; Panikkar americano; Panikkar en su madurez; retiro en Cataluña… ¿Tendría eso sentido? Tal vez lo tendría para el erudito panikkariano (¿cuántos hay en el mundo?), pero temo que tendría poco o ningún sentido para el lector común, incluso especializado. Una ordenación cronológica supone poner al lector al servicio del autor, porque sirve fundamentalmente para ver la evolución del autor. El autor es el centro. En cambio, una ordenación temática supone poner el autor al servicio del lector. El lector es, ahora, el centro. Si el lector quiere informarse sobre mística, podrá adquirir el volumen sobre la mística. Si quiere saber algo sobre el mito, podrá leer el volumen sobre el mito. La ordenación temática es, por parte del autor, un acto de generosidad. Sirve al lector, en lugar de pretender ser servido por él. Creo que honora a Panikkar el hecho de haber optado por una ordenación temática de sus escritos. Por otro lado, sostener que los textos de Panikkar son pluritemáticos y que cada uno de ellos podría aparecer bajo rótulos distintos supone entrar de nuevo en el terreno de las verdades de Perogrullo. Además, las valiosas referencias internas que van apareciendo a lo largo de los textos permiten al lector transitar debidamente guiado de unos volúmenes a otros, algo que en cierta medida resuelve el problema que plantea Bielawski.

Pero hay más. ¿Sería realmente posible establecer una ordenación cronológica de la obra de Panikkar? Temo que técnicamente es imposible, porque Panikkar es un autor que no abandona sus textos, sino que los reescribe una y otra vez, los funde y refunde con insistencia, los hace aparecer y desaparecer de sus libros en una asombrosa promiscuidad textual. Algún día habrá que escribir sobre esa peculiar relación que tiene Panikkar con su propia obra. Ofrezco un solo ejemplo que muestra la imposibilidad de una ordenación cronológica: ¿dónde habría que colocar, cronológicamente, los textos que integran la sección titulada La realidad cosmoteándrica en el volumen VIII de la Opera Omnia? Cuando leemos esos textos, ¿estamos ante el Panikkar de 1974, cuando presenta en público las ideas del primer capítulo, o ante el Panikkar de 1977 y 1989, que son las fechas en las que el autor publica los dos artículos que darán lugar a la obra? ¿O se trata del Panikkar de 1993, que es cuando reúne por primera vez ambos textos en forma de libro? ¿O es el Panikkar de 1999, cuando publica el libro en español? ¿O el Panikkar del 2004, cuando revisa a fondo esos textos para la edición italiana del libro? Bielawski parece ignorar el hecho de que la mayor parte de los libros de Panikkar se construyeron a partir de textos preexistentes, y muy a menudo a iniciativa ajena al autor. Que esos libros, en la Opera Omnia, se desmembren o se combinen entre sí de forma nueva, no hace sino responder al particular modus operandi (tal vez cabría hablar del modus scribendi o, mejor aún, del modus publicandi) de Raimon Panikkar. Esos cambios no causan sorpresa alguna en el lector asiduo de Panikkar.

Bielawski lamenta que la Opera Omnia no informe de la historia textual de cada uno de los capítulos que integran cada volumen de la Opera Omnia. En nuestra edición catalana sí ofrecemos la historia filológica de cada texto, es decir, detallamos con la máxima precisión posible (salvo en los dos primeros volúmenes publicados, donde fuimos algo más parcos en la información ofrecida al lector) las numerosas ediciones de cada texto en distintas lenguas. Si el lector consulta la «Procedència dels textos» del volumen II, titulado Religió i religions, encontrará la historia textual de la «Meditació sobre Melquisedec» que Bielawski reclama. Nada le ocultamos al lector. Ello prueba, además, que la edición catalana no es, como dice Bielawski, una mera «traduzioni fatte dalla matrice italiana». Le dije a Raimon Panikkar en una ocasión que yo no me había hecho editor para publicar fotocopias traducidas de una edición ajena, y recuerdo perfectamente cómo aprobó y aplaudió mi forma de entender el trabajo de edición en catalán de su obra. La matriz italiana es importante porque garantiza una unidad de criterios en la selección y ordenación de los textos que me parece que tiene para el lector muchas más ventajas que desventajas, y garantiza además que todas las ediciones incorporen las últimas correcciones aprobadas por Panikkar. En este sentido, que la edición catalana siga la editio princeps italiana es algo que creo que merece una lectura en positivo. Sin embargo, ello no significa en absoluto que la edición catalana sea un mero calco de la edición italiana. En primer lugar, porque toda traducción póstuma carece de valor ecdótico. Un ejemplo: el libro The rhythm of being fue publicado en inglés pocos días antes de la defunción de Panikkar; en consecuencia, la edición catalana del libro se ha hecho traduciendo del inglés (tal como se hace constar en la página de los créditos) y no de la edición póstuma italiana, sin que ello obste para que el libro haya sido debidamente confrontado con la versión italiana a fin de incorporar las correcciones de orden formal que la edición italiana realiza ante algunos de los múltiples errores e insuficiencias del aparato crítico de la obra en su edición original inglesa. Si el lector confronta las notas a pie de página de las cuatro ediciones existentes (primera edición inglesa, edición italiana, segunda edición inglesa, edición catalana), verá hasta qué punto es incorrecto hablar de la edición catalana como mera reproducción de la editio princeps italiana.

También me parece importante, ante una edición de obras completas de un pensador contemporáneo, tener en cuenta el propósito de esa edición para poder juzgar exactamente lo que esa edición pretende ser, y no lo que tal vez querríamos que fuese. Léase en este sentido lo que propone Bielawski: «L’edizione completa delle opere di Panikkar sarebbe un’impresa immensa. Dovrebbe raccogliere tutti i suoi testi nelle sue diverse versioni linguistiche […] e tutte le redazioni ed edizioni, per cogliere l’evoluzione di vari scritti in cui si rispecchia lo sviluppo del suo pensiero.» Sí, claro: es fácil desear una edición exhaustiva, una edición donde esté todo. Pero esa es una pretensión sencillamente imposible. Si por obras completas Bielawski entiende una edición exhaustiva de los textos en todas sus versiones, incluidas las traducciones controladas por el autor, es obvio que el género obras completas es inaplicable a Panikkar, como lo es a todo autor prolífico que revisa sus textos e interviene en sus traducciones.

Si una edición exhaustiva de los textos panikkarianos en todas sus versiones resulta imposible, temo que tampoco sería viable una edición crítica de sus obras completas, una edición que incluyera un aparato crítico que diese cuenta de todas las variantes con valor filológico. Lo cierto es que la Opera Omnia de Raimon Panikkar no se presenta en ningún lugar como una edición crítica, y no se le puede pedir, por tanto, lo que le pediríamos a una edición que sí lo fuera. La ausencia de una edición crítica de toda la obra de Panikkar obliga, al erudito interesado en rastrear con precisión la evolución del pensamiento panikkariano, a trabajar no únicamente con la Opera Omnia, sino también con las distintas ediciones de su obra publicadas a lo largo de la vida de Panikkar (y con sus manuscritos, si algún día se permite el acceso público a ellos). Ese erudito no puede pretender que la Opera Omnia le ahorre su trabajo.

Ignasi Moreta y Raimon Panikkar, en Tavertet
Bielawski dice que la Opera Omnia constituirá una Vulgata Panikkar. No me parece una mala imagen. Pero será una Vulgata que, en lo que respecta a la selección y ordenación de textos, habrá sido autorizada por el autor. Y que, al menos en el caso de la edición catalana (la única de la que me corresponde hablar), se habrá hecho partiendo de ediciones con valor filológico, que no son siempre las italianas. En Fragmenta, al empezar a trabajar en la edición de un volumen de la Opera Omnia, lo primero que hacemos es estudiar (con el coordinador de la edición, Jordi Pigem en el inicio y Xavier Serra Narciso ahora) la historia filológica de cada uno de los textos, y decidir en función de ese estudio de qué edición traducimos en cada caso, qué ediciones proporcionamos al traductor para que tenga delante, cómo hacemos la confrontación entre las diversas ediciones y la edición italiana… En consecuencia, la edición catalana de la Opera Omnia Raimon Panikkar incluye textos traducidos del castellano, del francés, del italiano, del inglés y del alemán, y otros que ya fueron directamente escritos por Panikkar en catalán (o textos cuya versión catalana fue revisada por Panikkar). En muchas ocasiones proporcionamos al traductor dos versiones del mismo texto (inglesa e italiana, por ejemplo), dándole indicaciones precisas sobre qué hacer en caso de discrepancia, de acuerdo con los hábitos científicos de la ecdótica y de la traductología contemporáneas. Tener delante dos versiones de un mismo texto permite al traductor trasladar al catalán el sentido de la obra y no giros específicos propios de una lengua determinada que pueden forzar a veces la forma de la obra traducida, que calcaría lo formal de una traducción ajena al autor sin atender a lo sustancial que el autor quiso transmitir. Por todo ello, creo estar en condiciones de afirmar que la edición catalana de la Opera Omnia no constituye en absoluto ninguna italianización de Panikkar.

Vuelvo a la imagen de la Vulgata. Sí: estamos construyendo una Vulgata que facilitará la difusión de la obra de Panikkar. Pero lo importante es que la estamos construyendo a partir de los testimonios filológicos impresos con relevancia ecdótica en la fijación del texto. Creo que san Jerónimo no tenía al alcance tanto material como nosotros, y dudo que el utillaje filológico de su tiempo le permitiera trabajar con el rigor con el que trabajamos hoy.


(En catalán, aquí.)

miércoles, 9 de octubre de 2013

¿Por qué Panikkar? ¿Hay alguien más?



En el 2002, Narcís Comadira iniciaba una conferencia titulada «¿Por qué Verdaguer?» con una referencia al ensayo sobre Shakespeare de Harold Bloom: «La respuesta a la pregunta "¿por qué Shakespeare" debe ser: "¿hay alguien más?"» De la misma forma, Comadira creía que, desplazando la cuestión a la poesía catalana contemporánea, la pregunta sobre por qué Verdaguer solo podía tener una respuesta: «¿Hay alguien más?" Si trasladamos la cuestión de la poesía a la filosofía catalana posterior a Llull, fácilmente aflora en los labios la pregunta: «¿Por qué Panikkar?» Y con la misma facilidad caemos en la cuenta de que solo podemos responder: «¿Hay alguien más?»

¿Hay alguien más en la filosofía catalana posterior a Ramon Llull? ¿Balmes, autor de una obra escrita en castellano y deudor de unas formas de pensamiento que hoy nos resultan bastante alejadas? ¿Maragall, con un pensamiento cuya potencia yo mismo he reivindicado, pero que sin embargo no consideraría nunca filósofo en sentido técnico estricto? ¿Eugeni d'Ors, que en catalán fue más escritor que filósofo? ¿Francesc Pujols, si es que nos lo hemos de tomar en serio, algo que todavía no tengo claro? ¿Ferrater Mora? Quizás solo el querido y añorado Eugenio Trías, que escribía en castellano y que probablemente no se habría sentido del todo cómodo situado dentro de una tradición filosófica catalana, puede competir con Panikkar a la hora de levantar, entre nosotros, una propuesta filosófica de gran envergadura. En definitiva, la evidencia se impone: ¿por qué Panikkar? Pues bien: ¿hay alguien más?

Tres años después de su fallecimiento, volvemos a Panikkar porque, sin lugar a dudas, su obra le sobrevive. Estamos ante una propuesta filosófica de una importancia excepcional. Fragmenta tiene el honor de publicar, por voluntad del autor, la Opera Omnia Raimon Panikkar en lengua catalana, el magno y apasionante proyecto que reunirá la obra completa del pensador. Serán diecisiete volúmenes más los anexos. Llevamos siete publicados. Cuando acabemos el ciclo, ya serán ocho. Si atendemos a las dificultades de publicación de otros grandes proyectos de obras completas en Cataluña (Verdaguer, Maragall, Carner, Sagarra, Espriu...), haber publicado de 2009 a 2013 ya siete volúmenes, es decir, prácticamente dos por año, me parece que revela un esfuerzo editorial notable, posible gracias al apoyo y la implicación de la Generalitat de Catalunya, de la Fundació La Caixa y de la Fundació Vivarium, apoyo e implicación que me es grato agradecer muy cordialmente.

Pero no basta con publicar la obra: se debe favorecer la lectura y la relectura, la apropiación y la discusión. Para decirlo con un término caro a Panikkar, hay que conseguir que la obra sea fecunda, que fecunde la reflexión contemporánea sobre los grandes temas que suscitaron el interés del autor. Estos Diálogos Panikkarianos, que hoy inauguramos, tienen precisamente este objetivo: favorecer la lectura y relectura de uno de los legados intelectuales más apasionantes que tenemos entre manos. Para hacer esta lectura contamos con unas voces realmente de lujo. Hoy, Jordi Pigem y Victoria Cirlot. Y, en las próximas sesiones, Francesc Torralba y Vicenç Villatoro, Laura Borràs y Jaume Pòrtulas, Josep-Maria Terricabras y Eduard Cairol, Victoria Camps y Salvador Giner, Joan-Carles Mèlich y Àlex Susanna, Amador Vega y Xavier Melloni, y Agustín Pániker y Vicente Merlo. A todos ellos, gracias por haber aceptado nuestra invitación . Gracias también a la Institució de les Lletres Catalanes, por su apoyo. Gracias a los responsables del Palau Robert, por su acogida. Gracias a la Fundació Vivarium, que ha contribuido decisivamente a hacer posible este ciclo. Gracias a Casa Asia y al Institut d'Humanitats de Barcelona, por su colaboración desinteresada. Gracias al equipo de Fragmenta, Inês Castel-Branco, Marina Vallés y, muy particularmente, Ramon Bassas, que se ha ocupado de los detalles de la organización de este ciclo con el máximo entusiasmo. Gracias a todos ustedes, por ser sensibles a la llamada a leer y releer Panikkar.

Palabras pronunciadas el 12 de septiembre del 2013 en el Palau Robert (Barcelona), en el acto de inauguración de los I Diàlegs Panikkarians.

(En catalán, aquí.)

domingo, 6 de octubre de 2013

De martirios y vanidades



Hace cuatro años, mi amigo Eduard Rey, capuchino, me invitó a presentar su libro Testimonis de sàvia ingenuïtat. Els frares caputxins màrtirs a Catalunya en temps de la Guerra Civil, publicado por la Província de Framenors Caputxins de Catalunya i Balears (Barcelona, 2008). La petición me sorprendió y me resistí un poco, pero finalmente acepté. Transcribo a continuación (ligeramente corregidos y aumentados) los ocho puntos de mi intervención, porque la macrobeatificación del próximo domingo les ha dado nueva actualidad.
1. No puede haber muertos de primera y muertos de segunda. Es cierto que la violencia en la retaguardia republicana es obra de incontrolados, mientras que la violencia en la zona nacional es violencia de Estado. Pero la misma noción de incontrolados es discutible, como subraya Eduard Rey: «No fue simplemente obra de incontrolados. [...] En Arenys de Mar, por ejemplo, la vida de los sacerdotes (que todo el mundo sabía dónde estaban escondidos) fue respetada hasta que llegaron órdenes claras desde Barcelona para proceder a su eliminación. En otros casos, como el de fray Martí de Barcelona, hubo una auténtica investigación por parte de los revolucionarios para encontrar su escondite. Y en la muerte de fray Marçal de Vilafranca (un joven de diecinueve años) [...] intervienen varios comités coordinados.» (p. 34-35) En otro lugar subraya también: «No se trataba ya de un golpe de rabia de una multitud exaltada, sino de una revolución con una auténtica persecución sistemática y bien organizada» (p. 27).

2. También se ha dicho, para justificar el establecimiento de unos muertos de primera y unos muertos de segunda, que las víctimas del bando republicano ya fueron honoradas durante cuarenta años, mientras que las otras fueron silenciadas. Es un argumento que he oído reiteradamente en los debates sobre la memoria histórica, y me parece bastante débil e, incluso, mezquino. Quiere hacer buena la ley del péndulo y caer en una memoria selectiva para compensar la memoria también selectiva del franquismo. Ojo por ojo, diente por diente, en su peor versión: antes homenajeabais a estos y silenciabais a aquellos, ahora homenajearemos a aquellos y silenciaremos a estos. Insisto: pura mezquindad. Lo que hace falta es la máxima neutralidad científica a la hora de juzgar la historia. En el fondo, la memoria de las víctimas del bando republicano hecha durante el franquismo era una instrumentalización, de modo que, a pesar de todo, no fueron propiamente honoradas sino simplemente utilizadas. Todas merecen un restablecimiento. Cuando, al final del libro, Eduardo Rey nos dice que, en la pared del convento de Sarriá, ante la estatua de Eloi de Bianya, «los nombres de sus compañeros de martirio, grabados en la piedra delante de él, están medio borrados» ( p. 208), imagino que es porque esas listas de muertos bajo el rótulo de "Caídos por Dios y por España" no eran percibidas por los encargados del mantenimiento de la inscripción como un homenaje sino como una instrumentalización. No necesitamos ninguna reparación basada en el silenciamiento de unos muertos ya suficientemente honorados, porque simplemente han sido instrumentalizados.
3. El libro de Eduard Rey es un libro valiente, porque, sin ceder en ningún momento a la justificación del alzamiento y el franquismo, se enfrenta sin embargo a una presentación de la Guerra Civil como una lucha entre los fieles a la legalidad republicana y unos militares sublevados. Demasiado a menudo se ha explicado la Guerra de esta manera, a mí mismo me la han explicado así, y ya es hora de decir que ofrecer solo este planteamiento es falsear la historia. No eran fieles a legalidad republicana los que se hicieron dueños de Cataluña en 1936. Rey lo dice con rotundidad: «La situación, y esto hay que decirlo claramente, terminó siendo tan ilegal en el bando teóricamente republicano como en el de los sublevados. En la Guerra Civil se acabaron enfrentando dos modelos de dictadura diferentes y los auténticos demócratas, muchos de ellos cristianos convencidos, tuvieron que recibir por los dos lados.» (p. 25)
4. Las nociones de mártir y de santo son problemáticas, y fácilmente nos llevan nuevamente a hacer acepción de personas (un pecado condenado por san Pablo, san Pedro, Santiago y por Jesús mismo, como reporta el Nuevo Testamento): en definitiva, muertos de primera y muertos de segunda. Es cierto que no es lo mismo morir asesinado que morir en la cama. Y no es lo mismo morir asesinado que morir en el frente, luchando. El caso de Enric de Castelló d'Empúries, citado en la p. 200, lo muestra claramente: si murió en combate, esto «no tiene nada que ver con un martirio cristiano», pero si fue rematado por el propio bando al saber que era religioso, entonces sí que habría que considerarlo mártir. Todo esto es rigurosamente cierto: son muertes diferentes. Pero el resultado es que, entonces, prácticamente solo habrá mártires entre los muertos de uno de los bandos, y al beatificarlos y canonizarlos la Iglesia parece que solo se identifique con las víctimas de un bando, y no opera como factor de reconciliación.
5. Por otra parte, la sensibilidad religiosa ha sufrido muchos cambios. Durante la etapa de la cristiandad, los mártires desempeñaban un papel esencial en la piedad popular. Los mártires son los que han tenido una muerte gloriosa, y en consecuencia nos pueden defender en el juicio que se producirá en el momento de nuestra muerte banal. Por ello, en los gozos son invocados como «abogados», como ha explicado detalladamente Dominique de Courcelles en La paraula de l’àngel. Una aproximació plural als goigs (Fragmenta, Barcelona, 2008). Todo ello forma parte, ciertamente, de la historia del lenguaje religioso de la cristiandad (y no debemos renegar de ello), pero no forma parte de nuestro presente. Hoy no invocamos a los mártires para que nos defiendan a la hora de la muerte. Hoy, la muerte no es aquel juicio aterrador. Hoy ya no vemos a Dios como juez ante el que haga falta un abogado (la crítica al uso amenazador de la escenografía judicial ha sido recientemente desarrollada por Daniel Marguerat en Iremos todos al paraíso. El Juicio Final en cuestión, Fragmenta, Barcelona, 2013). Hoy ya no necesitamos a los santos para orar, ni siquiera para tenerlos como modelo. Eduard Rey ha sido muy cuidadoso a la hora de caracterizar cada uno de los frailes de los que habla, a fin de no caer en una banal hagiografía. Así, podemos saber que muchos de ellos tienen problemas psicológicos y una piedad menudo exagerada, que los lleva a la fuga mundi. Un ejemplo es lo que dice a propósito de Vicenç de Besalú: «Tenía sus rarezas. En la oración comunitaria, le gustaba rezar los salmos de una manera exageradamente lenta e intentaba, sin éxito, que los demás se adaptaran a este su estilo. [...] Era muy devoto de la Virgen. En verano, cuando iba a ver a sus parientes en Besalú, subía al santuario del Monte y predicaba. A veces, en estos sermones sobre la Virgen animaba mucho y empezaba a dedicarle cumplidos que hacían sonreír más de uno por su fervor exagerado. [...] Deseaba de todo corazón ser un buen fraile, aunque quizá se lo tomaba un poco demasiado a la tremenda. Muy raramente salía del convento para ir a visitar a amigos y conocidos. Ni siquiera salía los jueves por la tarde, cuando muchos iban de paseo. Y cuando iba a Besalú, no dormía en casa de sus parientes, sino en otra casa, que era donde se acogían los frailes cuando estaban de paso. » (p. 126) Se pueden hacer muchos esfuerzos para situar esto en su época y presentar pese a todo a Vicenç de Besalú como modelo, pero no nos engañemos: la fuga del mundo y el refugio en una espiritualidad mariana exagerada no constituyen ningún modelo a presentar a las nuevas generaciones. No estoy haciendo ningún juicio: no digo que Vicenç de Besalú no fuera santo, no digo que no fuera amado por las personas con quienes trataba, no digo que no hiciera un gran bien a su alrededor. Digo simplemente que no constituye ningún modelo para las nuevas generaciones. Fue objeto, eso sí , de una muerte martirial, y nadie le discutirá que posea la palma del martirio. Mi duda estriba en si esta palma del martirio debe ser objeto de ostentación. Si es necesario hacer bandera de ella, si es necesario beatificar y canonizar a estos mártires.
6. La canonización de los santos era, históricamente, la bendición que la institución eclesiástica daba a una piedad preestablecida. Primero, la piedad, el culto a los santos; luego, la ratificación eclesiástica, a menudo casi inmediata y, en otros casos, escandalosamente tardía. Pero, en todo caso, la canonización era una ratificación en una cristiandad que se alimentaba de héroes. Hoy nuestra situación religiosa ya no es la de la cristiandad, hoy ya no nos alimentamos de héroes, ya no rogamos a los santos ni los tenemos como modelos. Canonizar (es decir, ratificar como santos) hoy es simplemente un trámite costoso, del que se benefician sobre todo los miembros de congregaciones religiosas, que disponen de la estructura y las motivaciones para emprender y financiar este trámite. Un trámite, además, en el que intervienen elementos más que dudosos para nuestra sensibilidad, como el «milagro certificador». Y un trámite, además, que en el caso de los mártires de una Guerra Civil como la nuestra crea inevitablemente unos muertos de primera y unos muertos de segunda, aunque no sea eso lo que se pretenda.
7. En el libro se explica reiteradamente como muchos frailes, al saber que su convento había sido incendiado, lloraron amargamente. Otros lo soportaron más estoicamente, pero muchos quedaron tristes y lloraron. Es una reacción muy humana: todos amamos nuestras cosas, nuestros lugares, nuestros papeles, nuestros libros, nuestras imágenes, todo lo que nos ha costado mucho dinero y esfuerzos. Nos aferramos a las cosas, y lloramos cuando nos las arrebatan gratuita y arbitrariamente. Llorar, en este caso, es muy humano, y humaniza enormemente a los frailes mencionados. Es muy humano, pero me atrevería a decir que es muy poco cristiano y muy poco franciscano; en todo caso, nada místico. ¿Dónde está el desapego de las cosas, la pobreza, las manos vacías, el «tú lo diste, a ti, Señor, te lo devuelvo » (Ignacio de Loyola), el sentirse despojado, el «solo Dios basta» (Teresa de Ávila)? El llanto de los frailes al saber que habían incendiado el convento de Sarriá es la prueba más clara del fracaso de los votos de obediencia, pobreza y castidad. No estoy acusando a nadie; estoy convencido de que solo que perdiera en un incendio el disco duro de mi ordenador, lloraría amargamente. Si me quemaran mis libros, mis papeles, mis muebles, mi casa, lloraría amargamente. Y probablemente lloraría igualmente si esto sucediera después de una vida de pobreza y castidad, unos votos que persiguen precisamente liberar a la persona del apego a las cosas. Pero la condición "humana" de la humanidad, incluidos los frailes, que hace que se aferren a las cosas materiales a pesar de su voto de pobreza, no nos puede hacer minusvalorar el voto de pobreza, ni la virtud de la renuncia, ni el desapego del que hablan los místicos (Eckhart e Ignacio de Loyola entre ellos). Volveré sobre ello en el punto siguiente.
8. Hay un momento en el libro en que Eduard Rey habla de otros mártires que parece que no cumplen con los requisitos del derecho canónico para lograr el reconocimiento pleno de su santidad. Dice Rey: "Sobre ellos no se recogieron testimonios, ni se investigaron sus escritos, ni se hizo ninguna investigación histórica. Son los más pobres de todos: muertos en el anonimato, borrados de la historia de los hombres, ¿quién sabe si los más valiosos a los ojos de Dios?" (p. 197 ) Esto me hace pensar nuevamente en la injusticia de las canonizaciones: no solo crea, en un conflicto bélico, unos muertos de primera y unos muertos de segunda, e identifica a la Iglesia con las víctimas de un solo bando, sino que, además, no extiende el reconocimiento a todos los que tendrían "derecho" a ello por lo que podemos llamar «defectos de forma»: no se ha encontrado el cadáver, no hay certificado de muerte fiable. Me pregunto qué es más cristiano: ¿aferrarse al derecho canónico y dar el reconocimiento de santidad a los mártires que cumplen los requisitos —aunque ello implique dejar a muchos de ellos en el anonimato por defectos de forma no imputables a los mártires mismos sino a sus verdugos y a las circunstancias históricas—, o renunciar a la ostentación de la palma del martirio, renunciar a la aureola de los santos, y como Simone Weil —enterrada entre los excluidos porque no se hizo bautizar—, o como García Lorca —en la fosa común por la voluntad de la familia de no singularizar su cuerpo sino de darle el mismo destino que el de las anónimas víctimas de la represión franquista que no eran poetas reconocidos—, como ellos, pues, renunciar al puesto de honor, a la inscripción del nombre en el calendario? Desde mi punto de vista, la actitud más evangélica, más cristiana, más franciscana, coherente además con la sensibilidad religiosa actual y estratégicamente la más acertada en el contexto guerracivilista en que surgen estos muertos, es indudablemente defender que los honre la historia tanto como honra a las víctimas del otro bando para que civilmente, históricamente, no haya muertos de primera y muertos de segunda, y al mismo tiempo renunciar, como Iglesia, a beatificarlos y canonizarlos, también para que no haya muertos de primera y muertos de segunda a los ojos de la Iglesia, y también porque esta renuncia es la actitud más cristiana y franciscana. Cuando los frailes lloraban por el convento incendiado, y cuando nosotros nos esforzamos a certificar la santidad de aquellos frailes, unos y otros pecamos de lo mismo: de apego a las cosas, de apego a la materia, de apego a los reconocimientos humanos, de apego al derecho o a los derechos. Apego, en definitiva. Vanidad de vanidades. Es decir: falta de pobreza. Pablo VI frenó estos reconocimientos. Juan Pablo II los impulsó de nuevo. Quizás hay que hacer una reflexión definitiva que, desde el amor real a la pobreza y a una Iglesia que ya no reza a los santos como en tiempos antiguos, ponga fin a las vanidades del calendario sin hacer acepción de personas.
Esto dije el 16 de marzo del 2009 en una sala del convento de Pompeya de Barcelona, al presentar el libro de Eduard Rey. Luego lo resumí en un breve artículo en Foc Nou, publicado en abril del 2009:
No harás distinción de personas
Que hacer distinción de personas es un pecado lo sostiene explícitamente la epístola de Santiago, pero el tema lo tratan también Mateo, Marcos, Lucas, Pablo y Pedro, así como el Deuteronomio, los Proverbios y el Eclesiástico. Dios no hace acepción de personas, afirman todos unánimemente.
En relación con la Guerra Civil española, cuando la Iglesia beatifica a sus mártires, me pregunto si no está haciendo, en el fondo, acepción de personas, estableciendo unos muertos de primera (las víctimas por odium fidei de la retaguardia republicana) y unos muertos de segunda (el resto de víctimas). Lo sostuve en un acto público hace pocos días, sin que mis razonamientos tuvieran demasiada aceptación: un señor se levantó diciendo "No aguanto más" , y abandonó la sala, y un fraile replicó mi intervención proclamando: "nosotros hemos de preservar la memoria de los nuestros: cada uno debe honrar a sus muertos. Los otros también tienen derecho a preservar la memoria de los suyos."
Este argumento parte de la asimilación del catolicismo (etimológicamente, 'universalismo') a un partido, un grupo, un club de fútbol. Están los nuestros y están los otros. La escisión que denunciaba el mes pasado en esta misma página. Nos definimos entonces no como miembros de la humanidad, sino de una parte bien pequeñita de la humanidad, con sus normas —el derecho canónico—, sus estructuras y —¡ay!— sus mártires, cuya memoria tenemos que honrar porque tienen —tenemos— derecho a hacerlo. Y mientras nos entretenemos con nuestros problemas y nos enfrentamos a la Guerra Civil con criterios gremialistas que nos impiden ser factor de reconciliación, el mundo nos resulta cada vez más lejano y más ajeno: los nuestros, los otros, los de dentro, los de fuera. Y nosotros, evidentemente, a lo nuestro. Y así nos va . 
Yo pido a Dios que nos haga buenos católicos —y que no olvidemos nunca la etimología de las palabras.

En un blog "católico", un internauta comentó con desprecio este artículo mío. Me salto las amables descalificaciones que me dedicó (¿por qué los "católicos", por internet, descalifican tanto?) y voy directamente a la argumentación con la que pretendía rebatirme:
La beatificación de unas personas por vía de martirio no significa homenajear a los muertos de un lado y olvidar a los del otro. Porque ni todos los de un lado son beatificados ni todos los beatificados tienen por qué ser de un lado. Entendería que en un medio laico con personas poco o nada formadas religiosamente una beatificación se confundiera con un homenaje a los "muertos de un lado". Pero no me da la gana de admitirlo en Foc Nou. La Iglesia católica no homenajea a muertos cuando beatifica, sino que declara que determinados miembros de la Iglesia pueden ser tenidos como un ejemplo para los demás y recibir una cierta veneración; en el caso de los mártires precisamente por haber muerto dando testimonio de su fe y a causa de ésta; es una acepción de causas clarísima, no de personas, por eso digo que los conceptos hay que utilizarlos con rigor.

Sí, sí, exactamente lo mismo me dijeron algunos capuchinos después de escucharme estoicamente, aquel 16 de marzo de 2009: los mártires son beatificados porque murieron por odium fidei, no por causas políticas, y reconocer a los mártires no quiere decir apostar por uno de los dos bandos. Y lo mismo dicen hoy, en La Vanguardia, dos voces tan relevantes como Angelo Amato, prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, y Josep M. Soler, abad de Montserrat.

Es una argumentación que me recuerda a la que me ofrecieron desde la Generalitat cuando, en una ocasión, recurrí una resolución de denegación de una subvención que había solicitado como editor. Yo creía que la decisión de la comisión evaluadora que me había denegado la solicitud era desacertada, y así lo argumentaba detalladamente en mi recurso. La Generalitat, al desestimar el recurso, lo que me decía era que la resolución recurrida era conforme a derecho. Reconocía el carácter discrecional de la decisión tomada por la comisión evaluadora, pero insistía en que aquella decisión, acertada o no, se ajustaba a las normas establecidas por la propia Generalitat.

Aquí nos encontramos con un razonamiento circular idéntico. El internauta hace cuatro años, el prefecto del dicasterio competente y el ilustre monje benedictino vienen a decir que la beatificación se ajusta al derecho canónico porque se reconoce el martirio por odium fidei. Evidentemente, solo faltaría que las beatificaciones no se ajustaran a la normativa eclesiástica. Pero yo me pregunto no por su legalidad y coherencia en el marco de una práctica innegablemente multisecular, sino por su oportunidad hoy. No todo lo que es legal y conforme a la tradición es igualmente legítimo, y menos aún oportuno y conveniente. Las beatificaciones de los mártires de la Guerra Civil son legales, pero creo que hoy no son ni oportunas ni convenientes. Para defenderlas hay que recurrir a la literatura jurídica, y a mí, qué quieren que les diga, me gusta mucho más leer las invectivas contra la vanidad del Eclesiastés o las llamadas al desapego de los místicos. Entre otros motivos, porque la literatura jurídica sobre los mártires resulta tranquilizadora para los católicos y deja indiferentes a los que no lo son (la Iglesia honra a sus víctimas, nada más), mientras que la literatura bíblica y mística resulta cuestionadora e interpeladora para todos. Cada uno elige las fuentes de donde abrevarse cuando tiene sed.

sábado, 5 de octubre de 2013

Tres días en Madrid

José María Lasalle y Soraya Sáenz de Santamaría, en la inauguración del Liber

Esta semana se ha celebrado el Liber, la feria profesional del libro donde se dan cita editores, distribuidores y librerías de ambas orillas del Atlántico. Es una feria que se celebra anualmente, un año en Madrid y el otro en Barcelona. Este año tocaba Madrid.

Participo cada año en el Liber. Además de hacer negocios, el Liber sirve también para encontrarse con agentes diversos del mundo del libro: bibliotecarios, gestores culturales, colegas editores, imprentas... Entre los gestores públicos de la cultura, este año pude saludar a José María Lasalle, secretario de Estado de Cultura ("Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señore"); a la entusiasta Carme Fenoll, jefa del Servicio de Bibliotecas de la Generalitat de Catalunya; al eficaz Joaquim Bejarano, jefe del Área del Libro del Institut Català de les Empreses Culturals...

En las conversaciones con distribuidores se habla habitualmente de porcentajes de descuento, de consolidación de mercancías, de facturas proforma, de incoterms, de depósitos (los americanos prefieren el término consignación), de liquidaciones mensuales o trimestrales (también aquí hay un americanismo específico: cortes de ventas donde en España hablamos de liquidaciones)... ¡Una jerga que hace unos años desconocía totalmente! Pero también se habla, y mucho, de libros, de línea editorial, de autores... Para mí, por ejemplo, es un placer conversar con distribuidores argentinos y explicarles la importancia del pensamiento antropológico de Lluís Duch (a los mexicanos no necesito explicarles quién es Duch, porque lo conocen perfectamente), o encontrarme con un cliente peruano y resumirle el concepto de trascendencia de Ramon Maria Nogués, o comentar con mi distribuidora colombiana la última obra de Juan José Tamayo... Uno tiene la conciencia de contribuir (modestamente, eso sí) a la internacionalización de nuestros mejores autores. Es sin duda parte del trabajo de un editor.

Y no se trata solo de exportar a nuestros autores. También hay que importar: saber detectar las mejores voces del panorama internacional y darlas a conocer en nuestro ámbito lingüístico. En este sentido, he hecho muchos esfuerzos para dar a conocer en catalán y en español la obra de Marie Balmary, a mi entender la mejor lectora de la Biblia en nuestros días. La obra de Balmary, escrita originariamente en francés, ha sido traducida ya a ocho lenguas, dos de las cuales (catalán y español) por iniciativa de Fragmenta. Es, pues, en cierta medida responsabilidad mía tratar de dar a conocer su obra entre los lectores hispanohablantes. Ardua tarea, sin duda, pero apasionante. Véanse, por ejemplo, mis palabras sobre Balmary dirigidas al público colombiano (las pronuncié en la última Feria del Libro de Bogotá, en abril pasado).

Y como siempre tratándose de encuentros humanos, hay también espacio para la distensión, para la gratuidad del intercambio de vivencias y pareceres. Fue un placer preguntar a Berta Inés Concha por su escrunio de la biblioteca de Pinochet, o conversar con Luis Miguel López sobre la memoria de los libreros: antes de la informática, los libreros memorizaban títulos, autores, editoriales..., y su ubicación en la librería; Luis Miguel y yo evocamos enseguida al añorado Pere Rodeja (Llibreria Geli de Gerona), un ejemplo paradigmático de librero conocedor del fondo atesorado en su establecimiento.

Me hizo ilusión reencontrar a Alba Inés Arias, gerente de la Librería Lerner de Bogotá. Ello me da pie a rememorar una experiencia vivida en abril pasado, en Bogotá. Con una comercial de Siglo del Hombre visité la Librería Lerner. Alba Inés Arias me recibió en su despacho, y comencé a explicarle nuestra línea editorial: "Fragmenta es una editorial de ensayo sobre todas las religiones, tratamos de trabajar con el máximo rigor con una postura aconfesional"... hasta que Alba Inés me interrumpio: "Quiero que lo que me está contando lo oiga todo el equipo de la Librería Lerner: venga mañana a las siete y media de la mañana y lo escucharán todos." Y, efectivamente, al día siguiente me encontraba, a las siete y media de la mañana, en la planta -1 de la Librería Lerner Centro, sentado en una mesa (con desayuno incluido) ante quince o veinte libreros de Lerner Centro y Lerner Norte, que madrugaron para escucharme y conversar conmigo sobre Fragmenta durante más de una hora. ¡Nunca una librería me había recibido tan bien!

Mi próxima feria será en Guadalajara, en México, a principios de diciembre. Ya les contaré...

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